Piedras que hablan

Durante mi tiempo en Melbourne estuve cerca de comprar una televisión, principalmente porque disfruto del cine. Hasta que fui adolescente, crecí viendo televisión: a mis 10 años de edad, o algo así, instalaron servicio de cable y todos teníamos televisión en nuestra recámara. Aún hoy en día, que regreso a vivir un tiempo en casa de mi madre, la televisión se ve de manera cotidiana aunque algunas televisiones únicamente tienen servicio de transmisión por internet (o sea pues, streaming). Los noticieros son usuales durante las comidas, plagados de anuncios de televentas y cuyo contenido, por cierto, al menos de los canales populares (Foro tv, Azteca, Televisa), parece diametralmente opuesto al de los noticieros en Melbourne: un porcentaje abrumador del contenido llamado "noticia" es relacionado con crimen y violencia de todos niveles. Y vaya, no es que aquello con todo y una cantidad estúpida de anuncios, e igualmente en todos los niveles, no exista en Australia, pero si uno comparase lado a lado los noticieros el contraste sería impresionante. Luego de ésto, es notable la disponibilidad de programas de entretenimiento que literalmente son como un masaje entumecedor del pensamiento; y no me refiero tanto a la mala comedia, que puede ser más bien cuestión de gustos, sino por ejemplo a los programas en que uno ve a gente concursando juegos del tipo que adolescentes ebrios juegan nomás por convivir. Es tristísimo pensar que tanta gente consume ese contenido día tras día, y es quizá un factor bastante importante para entender la situación socio-política de latinoamérica.

Pero bueno, luego de esta diatriba, también cabe rescatar que hay producciones de calidad para la televisión, de donde destacan por ejemplo el Canal Once, que aunque aún un poco lejos, ha mejorado mucho durante los años con un buen balance entre contenido cultural y de entretenimiento. Lo que realmente quería decir en esta entrada es mi impresión con la serie "Piedras que hablan", producida por Canal 22 y el INAH, presentada por Juan Villoro.

Hasta ahora he visto tres capítulos: Teotihuacan, Chichén Itzá y Templo Mayor. Mi favorito sin duda ha sido Templo Mayor, y los tres me han hecho lamentar no haber puesto atención tanto en clases de Historia en la secundaria o bachillerato, como en las veces que llegué a visitar los sitios (a excepción de Chichén Itzá, que pude visitar apenas en 2018). Una de mis partes favoritas son las imágenes y descripción en el Templo del Sol (o de Tonatiuh), donde se muestra un pilote colonial (presuntamente de la catedral metropolitana) a un lado de una piedra ornamental, y posiblemente con significados asociados a la belleza y el Sol, conocida como chalchihuite (o chalchihutl, que en náhuatl significa jade). Esta descripción que literalmente las piedras relatan, sobre la lucha, caída y, en cierto sentido, venganza de Tenochtitlán con la España del siglo XVI es simplemente magnífica. El Templo Mayor es por mucho el sitio que ahora me parece el más fascinante de nuestra historia prehispánica, sencillamente porque marca esa transición y choque de civilizaciones que hoy nos define,  y que lamentable poco he visto y estudiado.

Sumamente recomendable procurar ver la serie completa, y también recomendaría en general suscribirse al canal del INAH en Youtube; frecuentemente tienen transmisiones de seminarios u otros eventos, así como una gran variedad de vídeos que nos pueden hacer sentir orgullosos de ser mexicanos y mostrarnos que hay producciones televisivas o de vídeo/audio de suma calidad en México.


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